jueves, 15 de abril de 2021

 

Mi cuento modificado
Relatos de cuando se inundó Buenos Aires.



Viene flotando una madera. Me siento con mucho sueño. Estoy devastada. Quiero mover los brazos, pero los siento muy pesados. Corro la cabeza como para que no me dé la madera en la frente.  Tomo aire y envión, y continúo nadando, aunque mis movimientos son lentos. El agua es de un color marrón mortecino y huele a muerte. Escucho un llanto casi loco, de niño o de mujer, no estoy segura.  Escucho la voz de una vecina que grita el nombre de su hijo, y su grito reiterado se ahoga en cada zambullida. Qué está pasando? Necesito nadar y ver si puedo llegar. ¿Dónde estarán mis hijos?

Estoy desorientada, ¿para dónde debería doblar? ¡No tengo idea! ¿Por dónde andaré? Lo único que sé es que no debo parar. Si me quedo  quieta puedo ser un blanco fácil para un animal desesperado, amén de que la pérdida de temperatura podría dejarme paralizada. No. No puedo detenerme. Tengo que seguir. Pero… ¿para llegar a dónde?  Me conforma pensar que algún refugio deberá haber… Seguramente las autoridades ya han armado algo. Es difícil. Todo es muy confuso. Esto debe ser una pesadilla…. ¡Es imposible que esto esté sucediendo!

Veo el cartel del Shopping de Villa del Parque. ¡Ahora sí me orienté! ¡Sé cómo nadar para llegar a casa! ¿Qué habrá quedado? ¿Habrá quedado algo? Y… tal vez la parte alta de la terraza y el lavadero…Veo el edificio! Un silencio mortuorio me recibe… ¿Qué será de los estudiantes, de mis vecinos los viejitos de planta baja, y de la italiana del primero? Nada parece moverse… Llego a la puerta de mi casa… hay agua por todos lados, pero puedo hacer pie. ¡La suerte de mi primer piso!

El agua llega hasta la mitad…no tengo luz, seguramente no hay en toda la ciudad. Los servicios deben haber colapsado con esta lluvia torrencial. Pero esta terrible inundación no puede haber sido provocada sólo por la lluvia, ¡se tiene que haber desbordado el Atlántico! ¡Voy a ver si engancho alguna noticia! ¡Dónde está mi radio a pilas! ¡Qué bueno! Zafó del agua. ¡Acá está, en mi repisa que está lejos del suelo, pero nada, no logro sintonizar nada. ¡Qué silencio sepulcral!

Desilusión e incertidumbre. ¡En la era de la tecnología, no tengo forma de comunicarme con otro ser humano! No sé qué estará ocurriendo en el resto de los barrios de la ciudad, ¡ni hablar del resto del país! ¿y en el mundo? ¡Qué es lo que está pasando? No sé dónde están mis hijos, no sé nada sobre mis hermanas, nada de nada de mi madre, ni de ninguno de mis amigos ni familiares ni gente conocida ni vecinos. ¡Caigo en la cuenta de que no sé nada de nadie! No me he cruzado con ningún otro ser humano, sólo me he topado con pedazos de cosas flotando por doquier.

Voy a mirar desde la terraza para tener un mejor panorama. La escena que veo es desoladora. ¡Todo el barrio está bajo las aguas! De las casas en planta baja sólo se ven los techos; algunos vecinos asoman por las ventanas de las buhardillas. Han logrado trepar hasta allí, y se ve el resplandor de las velas. Yo tengo pocas velas. Dos o tres. No servirán para mucho, ni son de larga duración, pero ahora en el estado en que está la ciudad no creo que pueda conseguir otras. Y empiezo a percatarme que éste será el menor de mis problemas.

La sombra del acecho de los saqueos cae junto con las primeras sombras de la noche. Ahora sin alarmas, sin luz, sin timbres, sin teléfonos, sin calles somos presa fácil de la ley del más fuerte. Cierro las puertas y ventanas de mi habitación, bunker violeta y blanco, refugio del mundo exterior, rezo un padre nuestro y me encomiendo a la divina providencia. Sólo por hoy voy a descansar, mañana será otro día, y me recuesto en el único colchón que ha sobrevivido a la hecatombe, y me tapo con una manta que al quedar olvidada en el lavadero todavía se encuentra seca.

Me abrigo y duermo abrazada a la esperanza de mañana, y a la de poder encontrar a mis hijos con vida. Quiera Dios que despierte de esta maldita pesadilla. ¿Será que nos hundimos frente a la indiferencia de nuestros hermanos inundados? ¿No era que les pasaba a ellos? ¿Por qué ahora a nosotros? ¿Por qué a mí? ¿Buenos Aires inundada? ¡Diosssssssssssssss!

 Jamás me despierto. Jamás me entero dónde están mis hijos. Muero ahogada junto al resto de los mortales porteños, junto al resto de los mortales del país y del mundo. Lo bueno es que tampoco me entero. Flota mi cadáver irreconocible e hinchado en mi búnker violeta de Villa del Parque, búnker que jamás volvió a ser visitado.

miércoles, 14 de abril de 2021

La última visita de Muriel

            Ese sábado ella se decidió a visitarlo. Hacía meses que él le insistía que fuera a su casa en Coolbrook, en las afueras de la ciudad, un lugar en el medio de la nada. Fue difícil para ella manejar su Nissan rojo por esas carreteras inhóspitas y desoladas por las que solo asomaban animales salvajes de toda clase. Venados, ciervos, tigres y hasta coyotes se le cruzaban por esos angostos caminos rodeados de puro bosque. Las ramas de los frondosos árboles parecían querer alcanzarla para ayudarla a llegar más pronto ¿o para sacarla de su ruta? Ella no estaba demasiado segura de la respuesta. Luchaba contra sus propios miedos. El Universo confabula en mi favor, se repetía a sí misma. Pronto estaré en su casa. A salvo. ¡Seguro! ¿Seguro? No era momento de dudar. Debía seguir su camino antes de que las sombras de la noche oscurecieran más esos sinuosos caminos. La ruta que se suponía la conduciría a este hombre que, sin ser un adonis, la subyugaba, parecía llevarla al medio de la nada misma.

No sabe cómo, pero llegó por fin. Las ganas de abrazar a su dulce galán habían sido más fuertes que sus temores, y allí estaba, a punto de golpear a su puerta cuando de repente esta se abrió, y allí estaba él, aguardándola con sus brazos abiertos. La invitó a pasar a su living-room. Su casa, regular, de un solo piso, se veía bastante ordenada para un hombre que vivía solo desde el fallecimiento de su madre, acontecido casi una década atrás. Esa prolijidad fue lo que permitió que Muriel se percatara de las escopetas y armas de distinto calibre desparramadas por doquier. Vio por la ventana el extenso terreno que rodeaba la propiedad, un pasto muy prolijo cerca, y unos cuantos metros más allá, unos pastizales crecidos en forma irregular y desprolija, terminaban en un frondoso bosque de árboles un tanto grisáceos y anejos.  “No veo vecinos alrededor”, pensó para sí la ya inquieta Muriel.

  “Vamos a caminar un rato”, la invitó él, “quiero mostrarte algo”, agregó.  Presurosa, Muriel lo siguió traspasando un umbral que no debió. Caminaron por un sendero que conducía hacia una playa privada, el lugar era paradisíaco. La arena, dorada, casi blanca, brillaba a la luz de la puesta del sol. Muriel sintió una tenue brisa en su rostro y sus cabellos bailaron al compás de las alas de las gaviotas que revoloteaban por la orilla de un mar azul cristalino.  Él la abrazó y la besó con mucha ternura. Hacía tiempo que no se sentía así, pensó ya más tranquila, y se dejó  llevar por este nuevo sentimiento, y le devolvió los tiernos besos.  La completa puesta del sol, llenó de sombras el bonito y privado lugar, y ella pensó que sería mejor regresar a la casa. “Volvamos a tu casa, por favor, si?” le dijo justo cuando él se había dispuesto a hacerle el amor, y se estaba bajando el cierre de su pantalón. El cerró su cremallera bruscamente, disgustado, pero no dijo palabra.

Empezaron a caminar para la casa, mientras Muriel pensaba que lo habia dejado ir muy lejos, que todavia era muy apresurado tener sexo, pero ahora la oscuridad de la noche ya lo cubría todo, y ella volvio a sentirse inquieta.  De pronto sintió que el suelo se abría debajo de sus pies. Cayó con todo el peso de su cuerpo en una trampa caza animales. Oh no, ayúdame! Le gritó a su galán, no ya tan galante. “¡No puedes hacerme esto!”, le espetó, desesperada Muriel. “¡Mirá cómo puedo!”, le contestó él a las carcajadas, mientras cerraba sobre la cabeza de Muriel, la tapa de la trampa. “Esta será tu última visita nena, ahora sos mi residente permanente”. Nadie escuchó los gritos desesperados de la pobre Muriel. Allí permaneció, nunca se supo bien por cuánto tiempo, literalmente enterrada en el medio de la nada. Nadie vio al Nissan rojo cuando se alejó a mediana velocidad y se hundió lentamente en el lago de la playa privada.