miércoles, 29 de mayo de 2013

Amar con locura

Ella lo miraba extasiada. Sí, sin proponérselo, se había enamorado de él. Indudablemente. No sabía cómo había sucedido. Ni cuándo. Pero lo real, lo terrible, era que ahora se percataba de los intensos sentimientos que él le despertaba. Era tarde ya para luchar contra ese amor que había nacido imperceptiblemente pero que había crecido y se había fortalecido hasta ocupar todo su corazón, su mente, su ser entero. Se le había hecho muy difícil concentrarse en sus tareas. Su escritorio estaba justo enfrente del suyo. Con sólo levantar la mirada podía observarlo. Y la tentación de hacerlo se volvía cada vez más irresistible. Segundo a segundo quería mirarlo. Trabajaba, pero con la tentación latente de levantar la mirada a cada instante, sólo para contemplarlo unos breves segundos. Libraba consigo misma una batalla en su interior. Peleaban, en el más íntimo rincón de su alma, sus incontenibles deseos sexuales y su gran sentido del deber. Su natural sentido de lo que está bien y de lo que está mal. "Esta mal" se repetía a sí misma innumerables veces durante el día y también por las noches cuando soñaba despierta. "Está mal, no puedo enamorarme de mi jefe. No puedo, no debo enamorarme de un hombre felizmente casado, y con una familia maravillosa."

Hacía ya siete años que era su secretaria y tres que lo deseaba y amaba en silencio. Hasta ahora había podido controlar sus ganas irrefrenables de estamparle un beso en esos labios húmedos, a sus ojos, cada vez más sensuales. ¡Y su perfume, su olor! Su instinto sexual parecía despertarse y galopar enloquecido, como un potrillo desbocado, cada vez que le daba el beso de los buenos días y del hasta mañana.
Estaba perdidamente enamorada de ese morocho bonachón y buen mozo que la había subyugado. Y había plasmado todo ese amor, en trabajar cada día mejor, en asistirlo con mayor eficiencia, en aliviarle cada vez más su tarea cotidiana. Cuando lo veía nervioso, angustiado o cansado, sentía unas ganas tremendas de abrazarlo, de mimarlo, de contenerlo. Ella, con gusto, le haría masajes...lo que él le pidiera. Estaba irremediablemente enamorada de él, eso era seguro. Todo lo que él hacia, decía, y cómo lo hacia, todo, todo le gustaba. Lo admiraba también. Su inteligencia natural la encandilaba. ¡Era el hombre de sus sueños!

Hasta el momento sólo se había contentado con soñar despierta. Soñaba que un día se decidía y le declaraba su amor incondicional. Y él la abrazaba apasionadamente y le decía que sentía lo mismo por ella. Y allí nomás, en la sala de espera, hacían el amor por primera vez. Salvaje y dulcemente. Con desesperación contenida y pura ternura al mismo tiempo. ¡Tres años amándose y deseándose en silencio! ¡Tratando de evitar lo inevitable! ¡Tratando de frenar lo irrefrenable! Dominando el instinto y el deseo, reprimiéndolo, escondiéndolo, tapándolo. Guardando el secreto que ambos presentían, muy adentro de sus almas. Que se amaban con locura, pero que sería una locura amarse...

¿Locura? Locura era que él siguiera casado con esa mujer a la que no amaba ni un poco, casado con esa mujer que no lo hacía feliz. Esa mujer era la que se interponía entre su amado y ella, y era esa bruja la que estaba impidiendo que dos seres se amaran de verdad. Tenía que ponerle una solución a esto. Su amor por él era demasiado fuerte. No podía dejar que nadie se interpusiera como un... ¿muro? "¡Sí,  eso es!", pensó. ¡Tengo que interponer un muro entre ellos! Y ladrillo a ladrillo levantó una doble pared en el archivo del sótano. Allí quedaría para siempre atrapada la bruja esposa. Él no tendría que preocuparse más por ella, ni siquiera tenía que enterarse jamás de la razón de su desaparición. Esperó pacientemente a que llegara el día en que la bruja pasaría por la oficina en algún momento en el que su amor no estuviera presente. Y llegó ese día. Le puso veneno en el café con el que la convidó. La puta bruja se lo tomó con fruición, como con mucha sed,  y al toque empezó a hacerle el efecto paralizante que esperaba. La esposa de su amor era menuda. Eso representaba una ventaja para una mujer alta y fuerte como ella. La alzó con facilidad justo a tiempo para que no se desplomara y dejara alguna huella rara en la alfombra que pudiera poner en evidencia lo ocurrido. La colocó, ya casi inconciente, en los grillos de la pared de atrás. Con una alegría inconmensurable completó cuidadosamente las filas de ladrillos faltantes en la pared de cierre, y selló así su gran secreto. ¡Ahora sí podría amarlo con locura!

La muerte de la madre de Pedro

¡Murió la madre de Pedro! ¡Qué horror! ¡Con lo Que la cuidó él! Pedro era un hombre de contextura pequeña. Sin embargo, su metro sesenta superaba su estatura moral. Era corto, ladino, huidizo. Cuando hablaba jamás miraba a los ojos de su interlocutor. Su boca, de labios carnosos, aparecía detrás de unos bigotes y una barba espesa, canosa y amarillenta por su adicción al tabaco. Su sonrisa, rara y cínica, dejaba al descubierto las dos hileras de dientes manchados con nicotina y desgastados, y algún que otro espacio vacío.

Era sabido en todo el barrio Que él cuidaba a su anciana y postrada madre. "¡Qué fortaleza la de ese muchacho!" era el comentario que circulaba entre los vecinos. Había sido ella, su madre, quien le había pedido por favor que le permitiera transitar su vejez en su propia casa. Le había hecho prometer a este hijo suyo, que jamás la internaría en un geriátrico y que jamás la pondría en manos de un extraño. Quedaba solo él para esta tarea. Ya él había perdido a su hermano menor, al que un cáncer fulminante había comido rápidamente su cuerpo cuarentón y flaco.
Le había prometido a su madre, ya siendo su único hijo vivo, que sí, que cuidaría de ella.

Lo que nunca se supo hasta que fue tarde saberlo es lo que les voy a contar a continuación. Pedro había empezado una cuenta regresiva, un camino sin retorno. Había empezado a enloquecer. Pero nadie, nadie lo noto! Comenzó a tener delirios persecutorios y alucinaciones, seguramente no había tolerado tanto dolor, provocado por la perdida tan inesperada de ese hermano menor al que había querido entrañablemente, casi como si hubiera sido su propio hijo. Y la enfermedad de su madre, su deterioro repentino y pronunciado luego de la muerte de su padre.
Él había creído con autenticidad que podría cuidar de su madre tan amada.

Pero el encierro, Les reitero, el dolor, la repetición rutinaria y constante de los aseos, cambio de pañales, horarios de remedios, paseos por el jardín en silla de ruedas, parecieron condensarse en un combo sin escape. Empezó a creer que su madre le pedía cosas solo para molestarlo. Y así fue como empezó a elucubrar estrategias como para minar a esa vieja molesta que no lo dejaba en paz. Dejó de darle agua. Con eso lograría no tener que cambiarle los pañales tan seguido. Eso ya sería un alivio para él.

Lograda esta etapa en que la pobre vieja y enferma madre dejó de pedirle agua, empezó a reducirle la ingesta de comida. En cantidad y en número, y fue aumentándole en la misma proporción las pastillas prescriptas por los médicos pero en dosis inadecuadamente altas para ese cuerpo flaco y desgastado por los ochenta y siete años de vida.
Ya no se lo vio más a él pasearla en silla de ruedas. Ni siquiera se la vio más a ella sola en el pequeño jardín del frente de la casa, sentada en su silla de ruedas al sol.

Pedro había acostado a su madre en la cama y ella simplemente yació allí, hasta que murió por inanición y deshidratación, después de una larga y penosa agonía de meses. ¡Qué difícil le resultó morir!
Pero llegó esa noche en la que Pedro quiso darle los remedios y ella ya no los tragó. Estaba muerta.


"Ya no tendrás que terminar en manos de un extraño" le dijo. Y empezó a acomodar los papeles para iniciar la sucesión de bienes.
"¡Al fin!" pensó. Se acostó al lado del cadáver de su madre y se durmió de una paz infinita.

martes, 28 de mayo de 2013

El gran cirujano


Desde chico supo que algo no estaba bien con él. Tuvo que hacer denodados esfuerzos para que nadie se percatara de la crueldad que habitaba en el interior de su ser. De todos modos, sabía con completa certeza, que la vida le daría su gran oportunidad: la de plasmar esa bronca en alguien y que encima lo felicitaran por ello.
Estudió la carrera más adecuada para sus fines perversos: medicina. ¿Quién se pondría a discutir con él cuando tuviera el título de médico? ¿Quién dudaría de su juramento hipocrático? Decidió ir por más aún: se especializaría en Cirugía General, y así lo hizo. Su carrera fue impecable, empezó a ser reconocido y su fama crecía a la par de su ira interior. La vida le parecía sabrosa, pero sería mejor aún cuando pudiera plasmar su gran sueño: hacer la mayor cantidad de daño posible sin que alguien pudiera darse cuenta. Era para él muy divertido ir pergeñando con astucia cada una de las veces que se sentiría como un Dios. O como un diablo. De cualquier manera estaría por encima de cualquier mortal. Se sentía seguro. Sabía que no habría forma de ser descubierto. Y si por putas alguien pudiera hacerlo, sería imposible probar el dolo.
¡Qué divertido le resultaba! Sentía una excitación especial, una sensación de mariposas en el estómago, casi como estando enamorado.
Se puso una fecha para comenzar su gran sueño: lunes 7 de diciembre. Fue planeando todo en cada detalle, le fue dando las directivas a su secretaria. La había elegido sumisa, casi idiota para que no atara cabos y rabos.
Y llegó el día de su debut sádico: había decidido empezar con una anciana discapacitada mental. Suele suceder, creía él, que cuando hay una persona discapacitada, sus familiares depositan toda su confianza en el médico. Generalmente no cuestionan nada. Eso era una ventaja muy grande para él.
Su secretaria hizo pasar a la estúpida vieja.
Con su mejor sonrisa la saludó como si la apreciara, y le dio incluso un apretón de manos a la hija.
“¿Cómo anda preciosura?”, ironizó.
“Me duele todo”, contestó la anciana.
“¿Todo?”, le preguntó el doctor. “¿Cómo es eso?”, preguntó como al descuido mientras revisaba los estudios. Realmente pensó que le habían salido extraordinariamente bien para ser una vieja de mierda y encima loca.
“Bueno, tenemos que arreglar esto”, anunció haciéndose el preocupado. “Lamento comunicarles que hay que amputarle el pie señora…”  “Lo haremos hoy, 7 de diciembre”,  dijo. "lleven a la señora al quirófano" ordenó mientras bajaba la carpeta médica y las miraba cabizbajo. En lo hondo de su corazón empezaba a sentir un delicioso goce. Ya en el quirófano, le cortó el pie a la ancana.¡Le cortó el pie a la estúpida vieja sólo para guardarlo como trofeo de su maldad!

El día elegido para hablar


Esta vez se lo diría. Estaba decidida. Había conocido muy bien el sabor amargo de la soledad, aun estando acompañada.

En innumerables oportunidades había sentido algo parecido por algunos hombres con Los Que se había cruzado por la vida. Pero esta vez, era diferente. Ligera y profundamente diferente al mismo tiempo.
Este hombre que había llegado a su cotidianeidad a sus cincuenta casi vencidos, le había despertado una nueva pasión más calmada. Pero a la vez debía protegerse de la ilusión y de los espejismos. Lo curioso es Que lo veía tal cual era, flaco neurótico obsesivo al que le gustaba ser maestro y dar todo el tiempo indicaciones a los demás. Incluso a ella. Estaba bueno Que alguien por primera vez en su vida tratara de superarla, de mostrarse mejor Que ella, superior a ella. 
Y ella jugaba a Que lo dejaba ser mejor y esto la fascinaba.
Sí, decididamente esta noche se lo diría. Ya no buscaría más por ahí. Ya anclaría su barca junto a la de él y estaría lista para zarpar cada vez Que él quisiera.
Esta vez, estaba dispuesta a ser feliz, y por sobre Todo, ¡esta vez lo haría feliz a él! Quería tener la dicha de ver feliz al hombre Que quisiera compartir el amplio menú que ofrece la vida.
Le envió un mensajito con su BB avisándole que tenía algo muy importante que contarle. Pero pasaron tres horas en las Que él no contestó. Quería verlo y abrazarlo muy fuerte antes de darle la noticia de que estaba dispuesta a vivir con él la mejor etapa de su vida.
La respuesta no llegaba y pensó en el mal servicio que prestan las empresas de telefonía celular. Algo preocupada y ansiosa, tomó su bicicleta, su mochila y colgó su casco en el manubrio de su mountain bike, para ponérselo luego.
Salió apurada pero feliz, feliz de saber en lo más profundo de su corazón que esta vez Le tocaba ser feliz. No había tenido la dicha de tener un matrimonio en su juventud, tampoco había tenido hijos, y eso que se lo había pedido a Dios de mil maneras. Pero Dios había tenido otros planes para ella.
Nunca se supo qué pasó con él. Si recibió o no su mensaje. Nadie sabía su nombre y ella ya no podría decirlo.
Cruzaba a los piques la avenida que la llevaría a los brazos de su amado. Justo por la bicisenda del gobierno de turno de la ciudad.
No había alcanzado a ponerse el casco, y su cabeza desnuda y llena de imágenes de amor pegó contra la dura realidad del pavimento negro que se tiñó de roja desesperanza. Ya no se lo pudo decir. Yació allí inerte, con el cráneo partido. Sola, en un charco de sangre. 

¡No me recalienten el planeta, no me derritan los polos!



¡No me recalienten el planeta, no me derritan los polos! 
Relatos de cuando se inundó Buenos Aires.


Viene flotando una madera. Me siento con mucho sueño. Estoy devastada. Quiero mover los brazos pero los siento muy pesados. Corro la cabeza como para que no me dé la madera en la frente.  Tomo aire y envión, y continúo tratando de nadar, aunque mis movimientos son lentos. El agua es de un color marrón mortecino y huele a muerte. Escucho un llanto casi loco, de niño o de mujer, no estoy segura.  Otra mujer grita el nombre de su pequeñín, y su grito reiterado se ahoga en cada zambullida. Necesito nadar y ver si puedo llegar. ¿Dónde estarán  mis hijos?
Estoy desorientada, ¿para dónde debería doblar? ¡No tengo idea! ¿Por dónde andaré? Lo único que sé es que no debo parar. No me conviene por varios motivos. Si me quedo quieta puedo ser un blanco fácil para cualquier delincuente o animal desesperado,  amén de que la pérdida de temperatura podría dejarme paralizada. No. No puedo detenerme. Tengo que seguir. Pero… ¿para llegar a dónde?  Me conforma pensar que algún refugio deberá haber… Seguramente las autoridades ya han armado algo. Es difícil. Todo es muy confuso. Esto debe ser una pesadilla…. ¡Es imposible que esto esté sucediendo!
Veo el cartel del Shopping de Villa del Parque. ¡Ahora sí me orienté! ¡Sé cómo nadar para llegar a casa! ¿Qué habrá quedado? ¿Habrá quedado algo? Y… tal vez la parte alta de la terraza y el lavadero….
Llego. Un silencio mortuorio me recibe… ¿Qué será de los estudiantes, de mis vecinos los viejitos de planta baja, y de la italiana del primero? Nada parece moverse… Llego a la puerta de mi casa… hay agua por todos lados pero puedo hacer pie. ¡La suerte de mi primer piso!
El agua llega hasta la mitad…no tengo luz, seguramente  no hay luz en toda la ciudad. Los servicios deben haber colapsado con esta lluvia torrencial. Pero esta terrible inundación no puede haber sido provocada sólo por la lluvia, ¡se tiene que haber desbordado el Atlántico! ¡Voy a ver si engancho alguna noticia! ¡Dónde está mi radio a pilas! ¡Qué bueno! Zafó del agua. Estaba en mi repisa que está lejos del suelo. pero nada, no logro sintonizar nada. ¡Qué silencio sepulcral!
Desilusión e incertidumbre. ¡En la era de la tecnología, no tengo forma de comunicarme con otro ser humano! No sé qué estará ocurriendo en el resto de barrios de la ciudad, ¡ni hablar del resto del país! ¿y en el mundo? ¡Qué es lo que está pasando? No sé dónde están mis hijos, no sé nada sobre mis hermanas, nada de nada de mi madre, ni de ninguno de mis amigos ni familiares ni gente conocida ni vecinos. ¡Caigo en la cuenta de que no sé nada de nadie! No me he cruzado con ningún otro ser humano, sólo me he topado con pedazos de cosas flotando por doquier.
Voy a mirar desde la terraza para tener un mejor panorama. La escena que veo es desoladora. ¡Todo el barrio está bajo las aguas! De las casas en planta baja sólo se ven los techos; algunos vecinos asoman por las ventanas de las buhardillas. Han logrado trepar hasta allí, y se ve el resplandor de las velas. Yo tengo pocas velas. Dos o tres. No servirán para mucho, ni son de larga duración, pero ahora en el estado en que está la ciudad no creo que pueda conseguir otras. Y empiezo a percatarme que éste será el menor de mis problemas.
La sombra del acecho de los saqueos cae junto con las primeras sombras de la noche. Ahora sin alarmas, sin luz, sin timbres, sin teléfonos, sin calles somos presa fácil de la ley del más fuerte. Cierro las puertas y ventanas, rezo un padre nuestro y me encomiendo a la divina providencia. Sólo por hoy voy a descansar, mañana será otro día, y me recuesto en el único colchón que ha sobrevivido a la hecatombe, y me tapo con una manta que al quedar olvidada en el lavadero todavía se encuentra seca.
Me abrigo y duermo abrazada a la esperanza de mañana, y a la de poder encontrar a mis hijos con vida. Pero no sabía todavía lo que me esperaba.
Quiera Dios que despierte de esta maldita pesadilla. ¿Será que nos hundimos frente a la indiferencia de nuestros hermanos inundados. ¿No era que les pasaba a ellos? ¿Por qué ahora a nosotros? ¿Por qué a mí? ¿Buenos Aires inundada? ¡Diosssssssssssssss!
 Jamás desperté. Jamás supe de mis hijos. Morí ahogada junto al resto de los mortales porteños, junto al resto de los mortales del país y del mundo. Lo bueno es que tampoco me enteré. Yace mi cadáver irreconocible e hinchado en mi búnker violeta de Villa del Parque, búnker que jamás volvió a ser visitado.

lunes, 6 de mayo de 2013

¡A mis amores!

                     Llora mi alma en pena

Se desangra mi espíritu moribundo
Por recuperar el amor de quienes
Por amor parí y por desamor perdí
Por ser tan débil y errada
¿Es que en este vil mundo
no puede una ser siquiera humana?

¿Es que en este mundo salvaje
hay que ser perfecta
para que no te lapiden
hasta matarte?

¿Es que en este mundo juez
hay que ser santa
para que no te silencien
hasta olvidarte?

¿Es que en este mundo cruel
es necesario ser muda
Para que no te aniquilen
Con silencios eternos?

Hay acaso que ser perfecta
Para que a uno lo  quieran en serio
Los hijos, la pareja, los hermanos
Los amigos y los padres?

Cometer errores y no ser Santa...
¿Qué más pides de mi Dios mío?
¿Para Qué me creaste tan imperfecta?
¿Para ahuyentar a quienes más amo?

De rodillas te suplico me contestes
Cuáles son mis tan repudiados pecados
Que me hacen merecedora de tan cruel destierro
Del corazón de mis seres más amados…

Mi corazón desgarrado en mil pedazos sangrantes
Clama a gritos ahogados en llantos desbordados
El perdón de quienes parece sin quererlo he lastimado,
El de mi madre, el de mis hijos, el de mis hermanas,
El de todos mis seres más amados!

¿Será madre que tú has vivido y sentido
Este profundo dolor en tu propio cuero?
Será madre que el despelleje cruel adolescente
Con el que te denostamos
Te desgarró en mil locuras desparramadas
En tu ya minada fortaleza por penas añejas?

¿Será madre que aun no vuelves del automartirio
Refugio en el que te exiliaste porque no sientes
Ni el amor ni el perdón de todos los pichones
Que abrigó tu vientre merced a tu corazón
Entonces todavía crédulo?

¿Será madre que ahora, en zapatos parecidos a los tuyos,
Tendré que esperar treinta años de oscuro dolor,
Desgarrantes ausencias  y alienante incertidumbre
Para escuchar de quienes yo albergué en mi vientre,
Con mi corazón todavía crédulo, que son mis hijos tan amados,
Lo que este pichón que albergó   el tuyo,
Sí puede, con emoción sanadora del alma, gritarte que es "¡¡¡Madre te amo!!!”?

Lic. Marcela María Etchebehere