jueves, 26 de junio de 2008

Algunas reflexiones mías

Me duele el país
Me duele el país cuando veo las calles sucias y desiertas de alegría.
Me duele el país cuando veo niños con sus caras sucias y sus ojos tristes, recorriendo los subtes y los trenes implorando por una moneda que aunque llegue no será de ellos.
Me duele el país cuando veo profesionales capacitados trabajando por monedas que a duras penas les alcanzará para sobrevivir.
Me duele el país cuando veo cómo los argentinos nos robamos y nos matamos entre nosotros.
Me duele el país cuando veo en las noticias que muchos niños mueren por desnutrición.
Me duele el país cuando veo las bocas de mis congéneres con piezas dentales que brillan por su ausencia.
Me duele el país cuando veo los zapatos gastados de la gente.
Me duele el país cuando veo a la gente con sus hombros vencidos y sus ojos cansados.
Me duele el país cuando veo casasquintas espectaculares con súper rejas que dejan afuera a mucha gente con hambre.
Me duele el país cuando hay que luchar seis años por una cuota para el sustento de menores.
Me duele el país cuando un niño es abusado.
Me duele el país cuando un niño es abandonado.
Me duele el país cuando un niño no está bien alimentado y educado, y ni siquiera sabe que su vida debía haber sido distinta.
Me duele el país cuando me entero por las noticias que otra persona más ha sido secuestrada y mutilada por dinero.
Me duele el país cuando impera el engaño y la mentira.
Me duele el país cuando veo en la juventud el “todo vale”.
Me duele el país cuando veo a padres nerviosos, sobrecargados, maltratar a sus propios hijos.
Me duele el país cuando veo a los piqueteros.
Me duele el país cuando escucho gente quejarse porque los piqueteros les impiden el paso.
Me duele el país cuando empresas extranjeras contratan a argentinos calificados por un dólar la hora.
Me duele el país cuando la gente que se quiere se traiciona.
Me duele el país cuando por un sueldo son capaces de vender hasta sus conciencias.
Me duele el país cuando miro a mi alrededor y sólo veo indiferencia.
Me duele el país cuando veo que los niños quedan solos durante las largas jornadas laborales de sus padres.
Me duele el país cuando veo que nuestros valores están absolutamente trastocados.
Me duele el país.
Me duele mi país.
Argentina, país querido ¿qué te hemos hecho?
Por Marcela María Etchebehere
2001

Un niñito de escasa edad, ofrece sus estampitas a señoras gordas y abrigadas, cuyos dedos atiborrados de oros, apenas pueden mover para sostener toda clase de accesorios indispensables para sus vidas. Carteras, bolsos, guantes, gorros, bufandas, paraguas, libros y agendas hablan por sí solos de su buen pasar. Pero sistemáticamente nodean sus cabezas, mientras que, con una sonrisa de conmiseración le dicen: "No, gracias." Sin culpas, ni remordimientos porque si no, estarían fomentando la explotación de menores que algún oscuro adulto podría estar realizando sobre él. Y si no, prontito, sin mirar y tratando de olvidar rápidamente el episodio, la misma señora gorda, meterá su mano atiborrada de oros en su bolsillo, tratando de no enganchar con sus anillos la tela de su trajecito inglés, para sacar unos cuantos centavos que tranquilizarán su conciencia por un tiempito, (¿días, meses, años?) y la harán sentirse mejor consigo misma, y continuará leyendo, muy concentrada, su libro recientemente adquirido en una librería de moda.
Por Marcela María Etchebehere
2000



Un nene llora profusamente. Está sentado con la cola sobre sus talones. Su madre, un par de metros más allá, sentada en un banco del andén, mira impávida la pared que en frente, se yergue tan fría e indiferente como ella. "¿Qué te pasa tesoro?" Le pregunto yo, desde mi corazón todavía crédulo. Llanto y más llanto es todo lo que consigo, a pesar del intento por utilizar mi voz más dulce. "Tiene hambre", me informa su madre con voz seca y grave, quien hasta hacía instantes era una con el banco de cemento. Obvio. Tiene HAMBRE. ¡Tiene HAMBRE! ¿Somos capaces de entenderlo? Estamos tan anestesiados afectivamente, que ya ni siquiera somos capaces de entender la verdadera dimensión de lo que esto significa. Nos sentimos tan impotentes que duele, y por eso miramos para otro lado. Esa es nuestra anestesia: no ver. Ojos que no ven, corazón que no siente, reza el dicho popular. Pero porque no lo veamos no deja de existir. Allí está ese niño, y allí estará él con su madre al día siguiente aunque yo no lo vea. Y aunque yo no lo vea, mañana también tendrá hambre, y pasado mañana, y pasado, y pasado, y pasado. ¿Habrá para él un mañana?
El mundo debería ser como un gran hogar. En una casa donde hubiera al menos un adulto, no debería faltarle el alimento a ningún menor. Mientras en el mundo viviera por lo menos un adulto no debería faltarle el pan a ningún niño, sea hijo de quien sea. ¿Dónde estamos los adultos del mundo? ¡Qué humanos! Tendríamos que ser un poco más animales. ¿Qué tal si nos copiamos de los lobos e imitamos su espíritu gregario? ¿Una loba amamantó a Rómulo y Remo? Pero después nos auto-denominamos católicos, cristianos, o religiosos de cualquier credo, y por supuesto, nos sentimos fieles a nuestras creencias; y cada domingo, si vamos a misa, nos persignamos después del sermón. Ya podemos estar en paz. ¿Podemos?
Por Marcela María Etchebehere
2000

El ser humano debería aprender de sus propios errores. La historia mundial nos demuestra que ninguna guerra resolvió ningún conflicto. Sólo causó más daño, mayor dolor y muerte, a más gente. La vida del ser humano debería ser el valor más importante a defender por encima de cualquier interés político, religioso, económico, racial, personal o de cualquier otra índole.
Los millones invertidos en armamentos deberían estar al servicio de la vida humana del mundo entero: en planes de desarrollo y crecimiento para pueblos atrasados y hambrientos. Sólo la justicia social y la igualdad de calidad de vida para cada ser humano sobre la tierra podrá detener el odio y el terrorismo. La guerra no. Necesitamos justicia social para el logro de la paz mundial. Y como escuché una vez de boca de Guillermo Jaim Etcheverry: si no lo hacemos por solidaridad o por piedad, hagámoslo por miedo.
Por Marcela María Etchebehere


Está tan devaluada la vida humana. Leemos en los diarios: "mataron a un adolescente para robarle sus zapatillas, mataron a una familia porque no podían cobrar una deuda de 25.000 pesos, le dispararon cuando se resistió a que lo robaran, lo asesinaron para robarle la bicicleta". Es terrible. Esta clase de noticias son moneda corriente todos los días. Sabemos que salimos de nuestras casas, pero no sabemos si realmente regresaremos. ¿Puede la vida de un ser humano valer menos que un par de zapatillas? ¿Entendemos lo que esto significa? ¿Somos concientes de lo enfermos que estamos? Algo no está bien en nuestra sociedad si estos hechos ocurren con tanta frecuencia. No son hechos aislados que puedan ser atribuidos a la locura pasajera de algún inadaptado. Son hechos relacionados entre sí, y mientras no seamos capaces de entender esto, mientras no seamos capaces de empezar a preguntarnos por qué suceden estas cosas, en qué medida cada uno de nosotros es responsable de su gestación, cuál es la verdadera razón de su origen, cuáles son los factores que coadyuvan para que se produzca este resultado, mientras no seamos capaces de hacer todo esto, no seremos capaces tampoco de modificar nada. Si ni siquiera podemos ver nuestros errores, menos vamos a estar en condiciones de corregirlos. Algo estamos haciendo mal. Y creo que ya es hora de, por lo menos, tomar conciencia de esto. Y de admitirlo.
Por Marcela María Etchebehere
2000

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