miércoles, 29 de mayo de 2013

La muerte de la madre de Pedro

¡Murió la madre de Pedro! ¡Qué horror! ¡Con lo Que la cuidó él! Pedro era un hombre de contextura pequeña. Sin embargo, su metro sesenta superaba su estatura moral. Era corto, ladino, huidizo. Cuando hablaba jamás miraba a los ojos de su interlocutor. Su boca, de labios carnosos, aparecía detrás de unos bigotes y una barba espesa, canosa y amarillenta por su adicción al tabaco. Su sonrisa, rara y cínica, dejaba al descubierto las dos hileras de dientes manchados con nicotina y desgastados, y algún que otro espacio vacío.

Era sabido en todo el barrio Que él cuidaba a su anciana y postrada madre. "¡Qué fortaleza la de ese muchacho!" era el comentario que circulaba entre los vecinos. Había sido ella, su madre, quien le había pedido por favor que le permitiera transitar su vejez en su propia casa. Le había hecho prometer a este hijo suyo, que jamás la internaría en un geriátrico y que jamás la pondría en manos de un extraño. Quedaba solo él para esta tarea. Ya él había perdido a su hermano menor, al que un cáncer fulminante había comido rápidamente su cuerpo cuarentón y flaco.
Le había prometido a su madre, ya siendo su único hijo vivo, que sí, que cuidaría de ella.

Lo que nunca se supo hasta que fue tarde saberlo es lo que les voy a contar a continuación. Pedro había empezado una cuenta regresiva, un camino sin retorno. Había empezado a enloquecer. Pero nadie, nadie lo noto! Comenzó a tener delirios persecutorios y alucinaciones, seguramente no había tolerado tanto dolor, provocado por la perdida tan inesperada de ese hermano menor al que había querido entrañablemente, casi como si hubiera sido su propio hijo. Y la enfermedad de su madre, su deterioro repentino y pronunciado luego de la muerte de su padre.
Él había creído con autenticidad que podría cuidar de su madre tan amada.

Pero el encierro, Les reitero, el dolor, la repetición rutinaria y constante de los aseos, cambio de pañales, horarios de remedios, paseos por el jardín en silla de ruedas, parecieron condensarse en un combo sin escape. Empezó a creer que su madre le pedía cosas solo para molestarlo. Y así fue como empezó a elucubrar estrategias como para minar a esa vieja molesta que no lo dejaba en paz. Dejó de darle agua. Con eso lograría no tener que cambiarle los pañales tan seguido. Eso ya sería un alivio para él.

Lograda esta etapa en que la pobre vieja y enferma madre dejó de pedirle agua, empezó a reducirle la ingesta de comida. En cantidad y en número, y fue aumentándole en la misma proporción las pastillas prescriptas por los médicos pero en dosis inadecuadamente altas para ese cuerpo flaco y desgastado por los ochenta y siete años de vida.
Ya no se lo vio más a él pasearla en silla de ruedas. Ni siquiera se la vio más a ella sola en el pequeño jardín del frente de la casa, sentada en su silla de ruedas al sol.

Pedro había acostado a su madre en la cama y ella simplemente yació allí, hasta que murió por inanición y deshidratación, después de una larga y penosa agonía de meses. ¡Qué difícil le resultó morir!
Pero llegó esa noche en la que Pedro quiso darle los remedios y ella ya no los tragó. Estaba muerta.


"Ya no tendrás que terminar en manos de un extraño" le dijo. Y empezó a acomodar los papeles para iniciar la sucesión de bienes.
"¡Al fin!" pensó. Se acostó al lado del cadáver de su madre y se durmió de una paz infinita.

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