Esta vez se lo diría.
Estaba decidida. Había conocido muy bien el sabor amargo de la soledad, aun
estando acompañada.
En innumerables oportunidades había sentido algo
parecido por algunos hombres con Los Que se había cruzado por la vida. Pero
esta vez, era diferente. Ligera y profundamente diferente al mismo tiempo.
Este hombre que había llegado a su cotidianeidad a
sus cincuenta casi vencidos, le había despertado una nueva pasión más calmada.
Pero a la vez debía protegerse de la ilusión y de los espejismos. Lo curioso es
Que lo veía tal cual era, flaco neurótico obsesivo al que le gustaba ser
maestro y dar todo el tiempo indicaciones a los demás. Incluso a ella. Estaba
bueno Que alguien por primera vez en su vida tratara de superarla, de mostrarse
mejor Que ella, superior a ella.
Y ella jugaba a Que lo dejaba ser mejor y esto la
fascinaba.
Sí, decididamente esta noche se lo diría. Ya no buscaría
más por ahí. Ya anclaría su barca junto a la de él y estaría lista para zarpar
cada vez Que él quisiera.
Esta vez, estaba dispuesta a ser feliz, y por
sobre Todo, ¡esta vez lo haría feliz a él! Quería tener la dicha de ver feliz
al hombre Que quisiera compartir el amplio menú que ofrece la vida.
Le envió un mensajito con su BB avisándole que tenía
algo muy importante que contarle. Pero pasaron tres horas en las Que él no contestó.
Quería verlo y abrazarlo muy fuerte antes de darle la noticia de que estaba
dispuesta a vivir con él la mejor etapa de su vida.
La respuesta no llegaba y pensó en el mal servicio
que prestan las empresas de telefonía celular. Algo preocupada y ansiosa, tomó
su bicicleta, su mochila y colgó su casco en el manubrio de su mountain bike,
para ponérselo luego.
Salió apurada pero feliz, feliz de saber en lo más
profundo de su corazón que esta vez Le tocaba ser feliz. No había tenido la
dicha de tener un matrimonio en su juventud, tampoco había tenido hijos, y eso que
se lo había pedido a Dios de mil maneras. Pero Dios había tenido otros planes
para ella.
Nunca se supo qué pasó con él. Si recibió o no su
mensaje. Nadie sabía su nombre y ella ya no podría decirlo.
Cruzaba a los piques la avenida que la llevaría a los
brazos de su amado. Justo por la bicisenda del gobierno de turno de la ciudad.
No había alcanzado a ponerse el casco, y su cabeza
desnuda y llena de imágenes de amor pegó contra la dura realidad del pavimento
negro que se tiñó de roja desesperanza. Ya no se lo pudo decir. Yació allí
inerte, con el cráneo partido. Sola, en un charco de sangre.
Wow... Que destino
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