martes, 28 de mayo de 2013

El día elegido para hablar


Esta vez se lo diría. Estaba decidida. Había conocido muy bien el sabor amargo de la soledad, aun estando acompañada.

En innumerables oportunidades había sentido algo parecido por algunos hombres con Los Que se había cruzado por la vida. Pero esta vez, era diferente. Ligera y profundamente diferente al mismo tiempo.
Este hombre que había llegado a su cotidianeidad a sus cincuenta casi vencidos, le había despertado una nueva pasión más calmada. Pero a la vez debía protegerse de la ilusión y de los espejismos. Lo curioso es Que lo veía tal cual era, flaco neurótico obsesivo al que le gustaba ser maestro y dar todo el tiempo indicaciones a los demás. Incluso a ella. Estaba bueno Que alguien por primera vez en su vida tratara de superarla, de mostrarse mejor Que ella, superior a ella. 
Y ella jugaba a Que lo dejaba ser mejor y esto la fascinaba.
Sí, decididamente esta noche se lo diría. Ya no buscaría más por ahí. Ya anclaría su barca junto a la de él y estaría lista para zarpar cada vez Que él quisiera.
Esta vez, estaba dispuesta a ser feliz, y por sobre Todo, ¡esta vez lo haría feliz a él! Quería tener la dicha de ver feliz al hombre Que quisiera compartir el amplio menú que ofrece la vida.
Le envió un mensajito con su BB avisándole que tenía algo muy importante que contarle. Pero pasaron tres horas en las Que él no contestó. Quería verlo y abrazarlo muy fuerte antes de darle la noticia de que estaba dispuesta a vivir con él la mejor etapa de su vida.
La respuesta no llegaba y pensó en el mal servicio que prestan las empresas de telefonía celular. Algo preocupada y ansiosa, tomó su bicicleta, su mochila y colgó su casco en el manubrio de su mountain bike, para ponérselo luego.
Salió apurada pero feliz, feliz de saber en lo más profundo de su corazón que esta vez Le tocaba ser feliz. No había tenido la dicha de tener un matrimonio en su juventud, tampoco había tenido hijos, y eso que se lo había pedido a Dios de mil maneras. Pero Dios había tenido otros planes para ella.
Nunca se supo qué pasó con él. Si recibió o no su mensaje. Nadie sabía su nombre y ella ya no podría decirlo.
Cruzaba a los piques la avenida que la llevaría a los brazos de su amado. Justo por la bicisenda del gobierno de turno de la ciudad.
No había alcanzado a ponerse el casco, y su cabeza desnuda y llena de imágenes de amor pegó contra la dura realidad del pavimento negro que se tiñó de roja desesperanza. Ya no se lo pudo decir. Yació allí inerte, con el cráneo partido. Sola, en un charco de sangre. 

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